El pasado mes se publicó en el prestigioso netlabel dedicado a las grabaciones de campo GreenField Recordings un trabajo en colaboración con mi padre, Josep Mº Comelles. Este es el resultado de la recuperación y parcial restauración de unos archivos de audio recogidos en la Romería del Rocío en Huelva entre los años 1979 y 1981. El documento recoge parte del material recuperado en unas cintas de cassette olvidadas en el fondo de un armario. La intención nunca fué la de restaurar el material sinó simplemente ofrecerlo tal y como se encontró como documento de un paisaje sonoro del que apenas se tiene información sonora hasta la fecha.
Para esta ocasión Comelles escribió un texto que transcribo a continuación. En la página de GreenField Recordings lo encontraréis en inglés traducido por Xavier Allué.
Yo llegué, por primera vez al Rocío en setiembre de 1978. Venía en coche de Tarragona. Era noche cerrada cuando abordé la carretera de Almonte al Rocío. Una recta interminable flanqueada por sombras. Ningún vehículo. Las sombras se desvanecían al final del bosque y la carretera, a la luz de las estrellas lindaba con un cielo transparente. Al final unas modestas luces amarillentas. El Rocío. Giro a la izquierda hacia una calle flanqueada por algunos bozales de luz. El asfalto desaparece y navego por arena blanda que domina el coche. De bordada en bordada el auto tiembla en la arena hasta una plaza inmensa cortada por eucaliptos que llegan al cielo. Segunda calle a la derecha. No te equivoques. Giro, me detengo, apago el motor, abro la puerta. Miles de ranas y de ranos gritan en la noche negra.
No he olvidado jamás mi primera impresión en el Rocío. Fue un silencio de croar estentóreo de reptiles. Luego viví en la Aldea bastantes meses y me acostumbré al fascinante silencio de la marisma, apenas enturbiado por los vientos del mar, por el traqueteo de los tractores, por el grito de alguna vecina. De noche, de nuevo el croar y croar. El tiempo pasó y la semana de la romería se acercaba lentamente. Vinieron algunos colegas para ver lo que entonces eran aun fiestas populares “de verdad”, no espectáculos de variedades donde los locales se disfrazan. Pensamos que valía la pena filmar en super8. Las dos horas de imágenes hoy restauras cuidadosamente y preservadas mediante un telecinado profesional tienen un enorme valor etnográfico, puesto que esa cinematografía es la más completa preservada de ese tiempo.
Inicialmente, no pensamos en el sonido. El primer año comprendimos que el sonido del Rocío – aun no lo llamábamos paisaje sonoro – era desconcertante y fascinante: cascabeles de charrés, el paso de los caballos por la arena, el rumor de las conversaciones, el tambor y la gaita lejanas, el canto monódico, estremecedor, de un fandango de Huelva, el canto estentóreo de las sevillanas populares con tambor, gaita o las cañas para remedar los palillos, tac, tac, tac…tac,tac, tac. La Marcha Real interpretada con desatino por una orquestina montada sobre un remolque de tambor mientras el personal gritaba, guapa, guapa, guapa, bonita, bonita, bonita. Una ermita particularmente sonora, blanca en su sencillez que realzaba los ecos y las reverberaciones de las oraciones privadas y de las salves. El rumor de fondo de la multitud en la Ermita antes del salto de la reja. La cámara se encargó de registrar las imágenes, pero no el sonido. El segundo año pensamos que no era suficiente la imagen, que era necesario el sonido. Nuestra fonografía había de ser pobre, los “cassettes” Philips que habían arrumbado a los magnetófonos de cinta a costa de sonido monoaural y de una calidad penosa porque las cintas eran un tercio de las profesionales. Ni micrófonos direccionales, no jirafas, ni zeppelines ni nada. Luego el cassette resultante se editaba de modo casero y una vez terminado el proceso se añadía el audio descriptivo en off aprovechando el canal izquierdo o el derecho de una grabadora estéreo. Las tres cassettes resultantes habían de grabarse en la banda magnética sonora que se adhería a la película de super8, de los cuatro o cinco milímetros de la banda se pasaba a una pista de un milímetro de ancho. Sonaba, que es mucho decir…
Treinta años más tarde esa vieja cinta en super8 se telecinó artesanalmente con el objeto de poderla editar digitalmente. La intención primera era un simple teaser de imágenes sobre las dos horas de material filmado. Pronto pensé que era mejor una edición algo más seria y recuperé una bobina de 30 minutos que reduje a 20. Tenia los cassettes originales. Edu Comelles cuando le pedí que viese qué se podía aprovechar, los oyó me dijo que no, que eso era solo ruido. Por eso decidí que podía narrar las imágenes con canciones y sin esa banda sonora. Almonteño, déjame que yo contigo la lleve fue mi segundo trabajo de edición en video, en 2008. Tosco, con una copia mal telecinada y sin sonido original. Y sin embargo, las imágenes siguen vivas.
No se muy bien por qué Edu Comelles, pensó que aquellos ruidos grabados toscamente entre 1979 y 1981 tienen cierto valor. Los oigo y quedo fascinado por que son los ecos de un tiempo perdido, para mí son como si en un bucle del universo alguien captase un ruido lleno de ruidos e interferencias pero que remite a un tiempo y un pasado de los que fuera de este material en video y en audio queda muy poco en nuestro patrimonio.
Josep M. Comelles