Hay que subvertir, aprovechar y desconcertar aquellas estructuras, asaltarlas, desmantelarlas y reconstruirlas desde cero; a partir de la sorpresa, la imaginación y lo inaudito. A por ellos, a por los que carecen de ideas, los que se encuentran estancados en modelos caducos de perpetuación, hay que ir a por ellos. En medio de este desconcierto hay que, en vez de ocultar, poner todas las cartas sobre la mesa, toda la carne en el asador y regalar, ofrecer, compartir y ceder. Hay que desmontar protocolos, órdenes y formatos, negar el miedo, poner en práctica la asertividad y pasar por alto mitologías y egolatrías. Hay que plantear la negación y la subversión desde el apropiacionismo, hay que tomar esos lugares, asaltar esas casas, esos nodos que viven imbuidos por los sedimentos de un sistema fallido y ridículo, tomarlos y cogerlos de la mano; llevarlos de excursión a lugares insospechados, para que luego vean, oigan y escuchen aquello que no ha resonado antes.
Hay que darselo todo, sin pedir nada a cambio, eso si es antisistémico. Soltar lastre para poder volar alto o bajo (ambas opciones ya empiezan a flaquear). Quizás hay que volar de lado, o boca abajo, negar de una vez por todas la indefensión aprendida, la apatía y la eterna manía de mirar atrás y verse reflejado en espejos que ya poco tienen que ver con lo vivido, por ejemplo, en los últimos 25 años. Se requieren medidas extraordinarias e imaginación a raudales y todo eso, darlo, darlo y compartirlo sin esperar absolutamente nada a cambio.